Escaleras, balcones, golondrinas, la nieve, la muralla, las cosas que olvidé, las que me olvidan. Todo lo dejaré cuando me vaya.
Los zapatos, el vino y la maleta, la mesa de escribir y tu retrato, el papel de fumar, mis manos quietas. Todo se quedará del otro lado.
El cupón sin premiar, la luna, el trigo, la caña de pescar y los pecados, el hijo que no tuve y mi destino se tendrán que buscar un nuevo esclavo.
Escaleras, balcones, golondrinas, la nieve, la muralla, las cosas que olvidé, las que me olvidan. Todo lo dejaré cuando me vaya.
Principios de los años 70. Era el cine de verano. Vegas Bajas. Había baile esa noche. El grupo ya había hecho la prueba de sonido. Estaría en algún bar cercano, supongo. Mientras se abrían las puertas al público, este que lo es se subió al escenario, tomó la guitarra y lanzó unos acordes de parvulario.
Fue la primera guitarra eléctrica que tenía en sus manos. Antes habían sido las cuerdas de una raqueta de tenis. Pero no era lo mismo.
Tampoco está muy seguro que fuera la guitarra de Diego González. La formación del grupo que conocemos es la de los inicios de los 80. De diez años antes, poco sabemos de los nombres de sus miembros. O sí. Nuestro amigo Javier Mata así lo confirma.
Así que vamos a pensar que era la guitarra de Diego González. El grupo era Acción Rock Band. De Badajoz. Paseaban por los cines y los bailes de Extremadura de verbena en verbena, de fiestas populares en escenarios de tractores y collares de bombillas mohosas.
Además de Diego, el grupo, en su época dorada, lo conformaban Ricardo Bartolomé, bajista, Toni García, batería, y Luis Manuel Mangas en los teclados, aunque en esa época no hablábamos de teclados, simplemente nos referíamos al órgano.
Enrique había estado dando tumbos por esas tierras castellanas. De vuelta a Extremadura forma un peculiar dúo con su malogrado hermano Jesús Garval.
Nos encontramos poco a poco con el Enrique compositor. El que sorprende y deslumbra por su sensibilidad. En 1978 comienza a ser la voz y el frente escénico de Acción Rock Band, y con él se completa el quinteto que todos conocimos y disfrutamos.
Miguel Murillo, que conoce bien esos años inquietos, siempre incide en esa enorme sensibilidad. Y algo en lo que coincide con los recuerdos de Javier Mata, el técnico que les acompañó durante un buen número de años, es en cómo Enrique Fernández se convirtió en el gran “regalador” de canciones para sus amigos. Tam Tam Go! o Clavel i Jazmin saben a qué nos estamos refiriendo. Enrique no firmaba como propios temas que aparecían en las hojas de Autores bajo otros nombres.
En esos años 75-78 Acción Rock Band ofrece un doble menú, se presenta como un proyecto mixto. A veces, grupo de baile. A veces, banda de rock. Se acercan a Elvas, ciudad hermana al otro lado de las avenidas. Y a Santa Eulália y a Barbacena, y dejan los instrumentos a sus colegas alentejanos de Fórmula 5. Se adelantaron al espíritu transfronterizo que luego se nos convirtió en una forma de vida. Aún hoy, casi 40 años después, hay quien no olvida ese altruismo y auxilio musical.
Es el 22 de enero de 1981 cuando en el desaparecido Cine Avenida, en el Barrio de San Roque, en Badajoz, Acción Rock Band muestra ya su cara y su talante eléctrico. El cine-teatro está a rebosar. Son momentos fundacionales. Un joven y melenudo Javier Mata anda trasteando en los botones de una mesa de sonido endiablada. Es la Peavey MARK II. Es la primera vez que un grupo de rock toca en Extremadura en un teatro. Es la primera vez que un equipo de sonido profesional se escuchaba en Badajoz. Es la primera vez.
Entre el público se encuentra José María Casado, propietario de la librería Universitas. Toda una institución entre la embrionaria intelectualidad extremeña. Impregnado de ese espíritu generacional, les propone una idea descabellada. Les promete que Extremadura va a entrar de lleno en las esferas del rock, va a dejar el color gris de la tristura y la melancolía, y, como un big bang con epicentro en la Puerta de Palmas, va a nacer una nueva era, la de los colores.
El resto ya es historia. A finales de ese 1981 ve la luz el que hoy consideramos como el primer long play de rock extremeño.
Temas como el propio Colores o Cerro de Reyes ya hace mucho tiempo que pertenecen a nuestra memoria musical. La carátula es una ilustración de Remedios Cantero y responde a la tendencia progresiva de la época.
El disco se presenta en el Teatro Menacho (no lo busques, ya no existe. Ahora en él suena música para vestir de lado). Viaja en otoño a Cáceres, a la Universidad Laboral, donde comparten escena con los andaluces 091, vuela a Madrid, atravesando nuestras fronteras.
El año de 1983 es el momento en el que, por fin, Acción Rock Band nos despereza y nos despierta, para siempre, del sueño de la desidia. Su aparición en el Musical Exprés de la televisión pública española nos pone en los mapas, nos recuerda que los sueños son posibles.
A mediados de los 80, cuando las modas, los años y el cansancio fueron construyendo trincheras en la vida sonora de Acción Rock Band, Enrique Fernández deja el grupo.
.......
Epílogo.
Miguel Murillo contaba un día en Badajoz, en los balcones del López, que Enrique, en estos últimos años, salía poco de casa, que había hecho del patio su universo, su locus amoenus. Y una guitarra. La que aparece en las grabaciones de Henry Malatesta.
Javier Mata sigue recordando ese piso por Santa Marina donde llegaban discos desde Londres, de la mano de Nacho Campillo, y ese rincón de arcos de posguerra que se convirtió en un pequeño campus de la música en Extremadura.
Con el inicio de esta nueva década, y coincidiendo con el nacimiento del Proyecto Cantarrana, tuvimos la oportunidad de mantener algunas conversaciones telefónicas con él. Provocamos, a nuestra manera, que le dedicaran un reportaje en nuestra televisión pública, y un día, llegó a Mérida un paquete procedente de Badajoz. Eran unos discos blancos. La sorpresa no era Colores. El sorpresón fue la recopilación de algunos de sus directos de principios de los ochenta. El primer tema es, por supuesto, Hold the line, el cover de Toto con el que Acción Rock Band abría sus conciertos. Al menos todos aquellos, y fueron unos cuantos, en los que estuvimos presentes. Hasta para buscar versiones, sabían elegir.
Enrique Fernández acabó por convertirse en Henry Malatesta. Nos lo imaginamos en el patio con la guitarra creando temas íntimos que hablan de la muerte, del amor y del vino. Y mientras observa, orgulloso y asustado, cómo sus hijos Cira y Ulises van extendiendo sus propias alas y lanzándose a los vacíos indómitos de los escenarios. A veces se les presentaba en la Mercantil. Félix Méndez ha capturado algunos de esos momentos mágicos con un micro en la mano, al tiempo que Cira y Ulises asisten a una clase de canto como alumnos privilegiados. Al fondo, elegantísima, Marisa, madre, mujer y maestra.
Enrique Fernández acabó por ser parte de nuestros cajones de la memoria sonora y sentimental. No pensábamos que su voz se iba a apagar nunca. Esa voz espléndida, preñada de un timbre que destrona la indiferencia, que desarma a los guerreros del desdén.
Las escaleras, los balcones, las golondrinas, la nieve, la muralla y las cosas que olvidó, todo lo ha dejado aquí. En un domingo de mayo, se nos ha ido. Que la tierra le sea leve.
Cantarrana. Cáceres. 18/05/15.
P.D. Gracias Javier. En los territorios cantarraneros sabes bien que se te quiere.
Fuentes fotográficas: Archivo personal de Javier Mata / Suplemento Seis y Siete del Diario Hoy (20 de junio de 1981).
Los zapatos, el vino y la maleta, la mesa de escribir y tu retrato, el papel de fumar, mis manos quietas. Todo se quedará del otro lado.
El cupón sin premiar, la luna, el trigo, la caña de pescar y los pecados, el hijo que no tuve y mi destino se tendrán que buscar un nuevo esclavo.
Escaleras, balcones, golondrinas, la nieve, la muralla, las cosas que olvidé, las que me olvidan. Todo lo dejaré cuando me vaya.
Principios de los años 70. Era el cine de verano. Vegas Bajas. Había baile esa noche. El grupo ya había hecho la prueba de sonido. Estaría en algún bar cercano, supongo. Mientras se abrían las puertas al público, este que lo es se subió al escenario, tomó la guitarra y lanzó unos acordes de parvulario.
Fue la primera guitarra eléctrica que tenía en sus manos. Antes habían sido las cuerdas de una raqueta de tenis. Pero no era lo mismo.
Tampoco está muy seguro que fuera la guitarra de Diego González. La formación del grupo que conocemos es la de los inicios de los 80. De diez años antes, poco sabemos de los nombres de sus miembros. O sí. Nuestro amigo Javier Mata así lo confirma.
Así que vamos a pensar que era la guitarra de Diego González. El grupo era Acción Rock Band. De Badajoz. Paseaban por los cines y los bailes de Extremadura de verbena en verbena, de fiestas populares en escenarios de tractores y collares de bombillas mohosas.
Además de Diego, el grupo, en su época dorada, lo conformaban Ricardo Bartolomé, bajista, Toni García, batería, y Luis Manuel Mangas en los teclados, aunque en esa época no hablábamos de teclados, simplemente nos referíamos al órgano.
Enrique había estado dando tumbos por esas tierras castellanas. De vuelta a Extremadura forma un peculiar dúo con su malogrado hermano Jesús Garval.
Nos encontramos poco a poco con el Enrique compositor. El que sorprende y deslumbra por su sensibilidad. En 1978 comienza a ser la voz y el frente escénico de Acción Rock Band, y con él se completa el quinteto que todos conocimos y disfrutamos.
Miguel Murillo, que conoce bien esos años inquietos, siempre incide en esa enorme sensibilidad. Y algo en lo que coincide con los recuerdos de Javier Mata, el técnico que les acompañó durante un buen número de años, es en cómo Enrique Fernández se convirtió en el gran “regalador” de canciones para sus amigos. Tam Tam Go! o Clavel i Jazmin saben a qué nos estamos refiriendo. Enrique no firmaba como propios temas que aparecían en las hojas de Autores bajo otros nombres.
En esos años 75-78 Acción Rock Band ofrece un doble menú, se presenta como un proyecto mixto. A veces, grupo de baile. A veces, banda de rock. Se acercan a Elvas, ciudad hermana al otro lado de las avenidas. Y a Santa Eulália y a Barbacena, y dejan los instrumentos a sus colegas alentejanos de Fórmula 5. Se adelantaron al espíritu transfronterizo que luego se nos convirtió en una forma de vida. Aún hoy, casi 40 años después, hay quien no olvida ese altruismo y auxilio musical.
Es el 22 de enero de 1981 cuando en el desaparecido Cine Avenida, en el Barrio de San Roque, en Badajoz, Acción Rock Band muestra ya su cara y su talante eléctrico. El cine-teatro está a rebosar. Son momentos fundacionales. Un joven y melenudo Javier Mata anda trasteando en los botones de una mesa de sonido endiablada. Es la Peavey MARK II. Es la primera vez que un grupo de rock toca en Extremadura en un teatro. Es la primera vez que un equipo de sonido profesional se escuchaba en Badajoz. Es la primera vez.
Entre el público se encuentra José María Casado, propietario de la librería Universitas. Toda una institución entre la embrionaria intelectualidad extremeña. Impregnado de ese espíritu generacional, les propone una idea descabellada. Les promete que Extremadura va a entrar de lleno en las esferas del rock, va a dejar el color gris de la tristura y la melancolía, y, como un big bang con epicentro en la Puerta de Palmas, va a nacer una nueva era, la de los colores.
El resto ya es historia. A finales de ese 1981 ve la luz el que hoy consideramos como el primer long play de rock extremeño.
Temas como el propio Colores o Cerro de Reyes ya hace mucho tiempo que pertenecen a nuestra memoria musical. La carátula es una ilustración de Remedios Cantero y responde a la tendencia progresiva de la época.
El disco se presenta en el Teatro Menacho (no lo busques, ya no existe. Ahora en él suena música para vestir de lado). Viaja en otoño a Cáceres, a la Universidad Laboral, donde comparten escena con los andaluces 091, vuela a Madrid, atravesando nuestras fronteras.
El año de 1983 es el momento en el que, por fin, Acción Rock Band nos despereza y nos despierta, para siempre, del sueño de la desidia. Su aparición en el Musical Exprés de la televisión pública española nos pone en los mapas, nos recuerda que los sueños son posibles.
A mediados de los 80, cuando las modas, los años y el cansancio fueron construyendo trincheras en la vida sonora de Acción Rock Band, Enrique Fernández deja el grupo.
.......
Epílogo.
Miguel Murillo contaba un día en Badajoz, en los balcones del López, que Enrique, en estos últimos años, salía poco de casa, que había hecho del patio su universo, su locus amoenus. Y una guitarra. La que aparece en las grabaciones de Henry Malatesta.
Javier Mata sigue recordando ese piso por Santa Marina donde llegaban discos desde Londres, de la mano de Nacho Campillo, y ese rincón de arcos de posguerra que se convirtió en un pequeño campus de la música en Extremadura.
Con el inicio de esta nueva década, y coincidiendo con el nacimiento del Proyecto Cantarrana, tuvimos la oportunidad de mantener algunas conversaciones telefónicas con él. Provocamos, a nuestra manera, que le dedicaran un reportaje en nuestra televisión pública, y un día, llegó a Mérida un paquete procedente de Badajoz. Eran unos discos blancos. La sorpresa no era Colores. El sorpresón fue la recopilación de algunos de sus directos de principios de los ochenta. El primer tema es, por supuesto, Hold the line, el cover de Toto con el que Acción Rock Band abría sus conciertos. Al menos todos aquellos, y fueron unos cuantos, en los que estuvimos presentes. Hasta para buscar versiones, sabían elegir.
Enrique Fernández acabó por convertirse en Henry Malatesta. Nos lo imaginamos en el patio con la guitarra creando temas íntimos que hablan de la muerte, del amor y del vino. Y mientras observa, orgulloso y asustado, cómo sus hijos Cira y Ulises van extendiendo sus propias alas y lanzándose a los vacíos indómitos de los escenarios. A veces se les presentaba en la Mercantil. Félix Méndez ha capturado algunos de esos momentos mágicos con un micro en la mano, al tiempo que Cira y Ulises asisten a una clase de canto como alumnos privilegiados. Al fondo, elegantísima, Marisa, madre, mujer y maestra.
Enrique Fernández acabó por ser parte de nuestros cajones de la memoria sonora y sentimental. No pensábamos que su voz se iba a apagar nunca. Esa voz espléndida, preñada de un timbre que destrona la indiferencia, que desarma a los guerreros del desdén.
Las escaleras, los balcones, las golondrinas, la nieve, la muralla y las cosas que olvidó, todo lo ha dejado aquí. En un domingo de mayo, se nos ha ido. Que la tierra le sea leve.
Cantarrana. Cáceres. 18/05/15.
P.D. Gracias Javier. En los territorios cantarraneros sabes bien que se te quiere.
Fuentes fotográficas: Archivo personal de Javier Mata / Suplemento Seis y Siete del Diario Hoy (20 de junio de 1981).